sábado, 10 de marzo de 2012

Cuitas.


Cada palabra que profería era como una espada que me atravesaba el corazón. Él no comprendía que habría sido más caritativo el silenciarme todo aquello. ¡Cómo iban a reírse y regocijarse con el castigo a mi arrogancia y desprecio quienes hacía tiempo me lo estaban echando en cara! Querría que alguien se atreviera a reprochármelo para poderle atravesar el pecho con la espada; viendo correr la sangre me sentiría mejor. ¡Ah! He empuñado cien veces el cuchillo para dar aliento a este oprimido corazón. Cuentan que hay una raza noble de caballos que, cuando se sienten muy sofocados y batidos, se muerden ellos mismos, por instinto, una vena para poder recobrar el aliento. Lo mismo me ocurre a mí muchas veces: quisiera abrirme una vena que me procurase la libertad eterna.

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